martes, 24 de agosto de 2010

La Feria no se llenó ¿y qué esperaban?


Como gran noticia se publica hoy que la Feria del libro de Bogotá, que acaba de terminar, "no recibió la cantidad de visitantes que se esperaban", y vale la pena hacer una pausa en la última parte del titular, acaso ¿qué era lo que se esperaba? En un país en el que si por mucho se leen dos libros piratas al año por persona y en el que un descuadre de 8 o 9 mil pesos (valor de la entrada a la Feria) puede significar un ayuno obligatorio, resulta, cuanto menos simpático, que esperen una concurrencia rebosante en este evento.

Yo, que no tenía la intención de repetir la frustración del año pasado al cambiar una interesante jornada de observación de techo por ir a la feria, este año, vencido por mi predilección hacia todo lo que es al gratín, asistí nuevamente a la feria.

Con una rigurosa retahíla de bienvenida, una mujer ubicada a la entrada me ataca con un formulario más detallado y extenso que el que dan en la embajada de Estados Unidos, y se ubica nuevamente por el camino que uno debe seguir, asegurando así que el formulario sea devuelto y no en blanco.

Como si esta no hubiera sido una bienvenida malvenida, tras dar los primeros pasos encontré a un hombre que revelaría muy bien mucho de lo que iba a encontrar como gran novedad en los diferentes stands, se trataba del ronco Poncho Rentería, que parecía algo así como un pescador enano en invierno...experto en peluquería.

Entré a algunos de los pabellones y comencé a descubrir, con el hastío del envidioso, que las grandes publicaciones del momento eran fruto de la gran obra de autores como apellidados Riso, Coelho, Lopez (Andrés, el mismo omnipresente de La pelota de letras), Duque Linares, Rojas, etc. Todos ellos dando tips para tener una vida feliz, conseguir el amor, vivir en paz, ser una mejor persona, alcanzar el éxito y demás autoayudas y superaciones personales anheladas por muchos lectores.

Saturado de tantos títulos para ser ganador, también pude encontrar cada una de las narraciones tormentosas de los miles de secuestrados de Colombia, quienes con justicia intentan ahora recuperar, a través de ventas de muchos ejemplares, el dinero que perdieron en sus años en la selva, así mismo lo intentan todos sus familiares y conocidos, que por supuesto tienen algo que decir sobre las intimidades de los famosos.

En este tsunami de autores que buscan tener más billetes en sus bolsillos rotos publicando sus cuitas y relaciones con gente reconocida, aparece la hermana de Pablo Escobar intentando mostrar la otra faceta de su hermano aficionado a la pirotecnia. Ahora, la señora Escobar intenta lograr lo que ya hizo Virginia Vallejo, el hijo de Escobar, el hermano, sus sicarios de confianza y todo aquel que sintió tener el talento de poner una bomba literaria que pueda convertirse en uno de los dos prestigiosos libros que se lee un colombiano en el año.

Y para finalizar con las grandes novedades de la feria, la tecnología no podía quedarse por fuera. Aprovechando también la irrupción del interne, tutier, feisbu, icq y latinchat, entre otras páginas de moda, varios expertos en las tendencias tecnológicas, han publicado, escritas a máquina, las mil y una claves para navegar la red como pez en el agua, ocho mil direcciones útiles en internet, veinte mil tips para mantener el amor virtual y demás trucos indispensables para sobrevivir en la actualidad.

Viendo así las cosas y abrumado por las preferencias editoriales, para el próximo año prefiero un recital de los poemas de Aura Cristina Geithner a cargo de Poncho Rentería, una jornada de lectura del libro de Danilo Santos o una alocución presidencial con poesía sobre las regiones del país, claro está que todo esto por fuera de la Feria del Libro.

jueves, 5 de agosto de 2010

Fin a la fiesta brava, larga vida al traje de luces


Que el toro es un animal creado exclusivamente para ser "lidiado" y, por ende, cumplida su función vital debe morir; que el toreo es un noble arte que habla bien de las evolucionadas prácticas culturales de la humanidad; que los condumios hacen parte esencial de la irremplazable dieta de algunos humanos, y otros argumentos similares hacen parte del discurso de quienes defienden la tauromaquia.

Sin embargo, hace algunos días la discusión taurina en Colombia, remarcada por la reciente prohibición del toreo en Cataluña, despertó también a los más acérrimos detractores de esta tradicional práctica. No pretendo ahondar en que me parece una tortura innecesaria frente a un ser vivo, que lo lleva a una muerte cruel que podría ser suprimida sin consecuencias fatales para ningún humano, y tampoco me voy a referir a la urticaria que me generan los acérrimos defensores de la tauromaquia, pues se muestran como una especie de diosecillos que pretenden determinar el destino de la naturaleza entera.

No pretendo tampoco posar de rebelde que va los domingos con pancartas a tirar tomates a la plaza de toros o que lleva un parche en la chaqueta que reza el ya manido lema "tortura no es arte ni cultura", porque también me sabe a cacho de toro muerto esa actitud adolescente de casarse con causas inmediatas. Por el contrario, creo que hay algo del mundo taurino que merece conservarse intacto y pasar a la historia: el traje de luces.

¿Qué persona en sus cabales anhela lucir tal vestimenta? Como si el brillo propio de la lentejuela y el hilo dorado no fuera suficiente, el traje, para comenzar por lo bajo, se compone de unas particulares zapatillas que envidiaría cualquier bailarina. Estos delicados zapaticos recubren unas medias veladas de color fucsia que, a juzgar por su extensión, las vendedoras del Only deben catalogar como media-media, estas también cuentan con el coqueto detalle de un moño superior, que según una página de internet, y sin ánimo de sonar irónico, se llaman "machos".

Continuamos subiendo en este iluminado recorrido por el traje torero y llegamos al pantalón, prenda sobre la cual no hay mucho que decir y, para conservar la cordura, tampoco hay mucho que ver más allá de la inevitable escena imaginaria de un matador llenándose las piernas de mantequilla para poder ingresar en tales pantalones. Siguiendo el apretado camino, para albergar una delgada corbatica, aparece una chaquetilla ombliguera (así como el vestuario de nuestro presidente saliente) que lleva unas hombreras como las que usaban mis primas en los años ochenta, por supuesto llenas de brillo.

Pero como nunca es suficiente en el estrafalario ropero taurino, el torero sale con un sombrerito coqueto que lanza hacia atrás cual ramo de novia, y sigue su camino en puntas de pies; la cereza de este postre taurino es el retazo de pelo, o exactamente conocido como coleta, que llevan los toreros en la parte trasera de  su cabeza, similar a la del peinado de una abuela que hace una especie de esfera con su pelo.

Anhelando el fin de la tauromaquia, me gustaría entonces que llegara el día en el que la gente pudiera asistir a la ex-plaza de toros a ver espectáculos teatrales o musicales con zapatillas que alguna vez utilizaron unos personajes que dedicaban su vida a fastidiar toros o con la chaquetilla de hombreras combinada con jeans o, para los más osados y persistentes (porque seguramente la postura de esta prenda se necesitan un par de horas) el pantalón de luces, que en mi humilde concepto en adelante no debería mostrar tanto las pilas en la parte delantera.