martes, 7 de abril de 2009

Religioso colombiano en la semana mayor


Ha llegado el momento de rezar, ha llegado el momento del arrepentimiento y por su puesto de las flagelaciones por parte de unos cuantos dementes que creen que dándose látigo hasta desgarrar la piel o clavándose en una cruz con puntillas enormes, van a ser más puros, el caprichoso destino los tratará mejor y podrán limpiar en un día toda una vida que es más sucia que el río Bogotá.

Para estos personajes no es suficiente con recibir el bombardeo inclemente de películas de Isaías, Malaquías, Tobías, Jeremías, Elías, Ananías, Matías y Zacarías durante las 24 horas en cada una de las semanas santas de todos los años desde que existe la televisión, y como es de esperarse, el típico cubrimiento de los noticieros sobre la semana santa en Popayán y en el resto de lugares del mundo de los que se apoderan pintorescos fieles religiosos.

Pero esta semana santa, en medio de los espectáculos habituales de esta época, viene acompañada de un ingrediente adicional, el cual hace ver claramente cómo estos espectáculos de fe y convicciones profundas de los ingenuos feligreses, son impulsados por un grupo de viejitos que se visten de purpura, usan joyas de oro de 24 kilates y zapatos que cuestan casi el PIB de un país pobre.

Para preparar el terreno de la atemporalidad e insensatez, que en muchos casos se incrementa en semana santa, el máximo jerarca de la iglesia católica escogió el continente africano, donde el Sida parece ser tan normal y fatal como la inevitable vejez, para decir que el condón incrementa el problema del Sida.

Luego, para desviar la atención, consolar a los decepcionados y tal vez no quedar tan mal frente a todo el mundo, mostró por medio de una carta su profunda molestia por la decisión de reintegrar a la iglesia a unos cuantos viejitos de purpura que se negaban a creer en que el holocausto nazi fue una realidad. Sería un contrasentido que este Papa alemán negara algo de lo cual fue partícipe y testigo directo.

Y en esta misiva que escribió el sumo pontífice acerca de su indignación por el reintegro de los padres partidarios de revivir la inquisición, uno de los que primero cayó como principal responsable, fue el eminente cardenal Darío Castrillón, uno de los orgullos patrios para las tías y abuelas, así como Juanes y Camilo Villegas.

De nuevo Colombia aparece en el mapa mundial, esta vez en el campo religioso, porque el más importante de todos sus cardenales se ha aliado con los seguidores del arzobispo Lefebvre, aquel hombre que hasta el final de sus días fue partidario de dar la misa en latín, con el sacerdote dándole la espalda al público, para reintegrarlos a la iglesia.

Sin duda, estos recientes eventos en la iglesia católica, así como las películas de semana santa, demuestran cómo el catolicismo se adapta perfectamente a las nuevas realidades y lucha con vehemencia para que el hombre contemporáneo, ese que sufre el Sida y vive la crisis financiera, tenga una vida mucho más feliz y en paz.

Ahora que el eminente cardenal colombiano ha sido despedido de su trabajo, tendrá tiempo en esta semana santa para ver las películas de santos y apóstoles, aunque con lo aburridas que son, seguramente preferirá irse de paseo como el resto de mortales que ya no creen en una iglesia que cada día pela más el cobre (¿o el oro?) y demuestra sus intenciones de poder por encima de ayudar a sus fieles y adaptarse al mundo contemporáneo.

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