jueves, 18 de noviembre de 2010

J-oda a Ceditros, el barrio diminutivo



Ahora que he regresado a Blogger, donde por el momento el único que escribe soy yo, he de comenzar hablando de Cedritos (hablando de mí), el barrio que he tenido que padecer y gozar la mayor parte de mi vida y que ha definido mi experiencia cotidiana en esta ciudad, cuyo cielo típico es cualquiera y cuyos transportadores públicos son, incluso, más peligrosos que los concejales.


Para comenzar, en los últimos días he pensado que cualquier barrio que tenga un nombre en diminutivo solo puede acoger pequeñeces y no merece mayor consideración; qué distinto suena decir Santa Helenita a Santa Helena, o que pocas ganas dan de visitar un barrio que se llama La Fragüita. Pues lo mismo pasa con Cedritos, que no se conformó con ser El Cedro, sino que tuvo que pluralizar y disminuir su propio nombre.


Este pedazo de tierra cada vez más superpoblado comenzó, como muchos otros sectores de la periferia de Bogotá, siendo un tranquilo refugio para citadinos saturados, burros y gallinas, con algunos conjuntos de casas y muchos potreros, con vías destapadas y pocos habitantes; pero el crecimiento de una ciudad que se reproduce más rápida y efectivamente que la gripa porcina, hizo que la apacible zona, de un momento a otro, se convirtiera en el paraíso norteño al que mucho conciudadano y, por supuesto, hábiles mercachifles quisieron llegar. Como era de esperarse, la ciudad fue tiñendo de gris lo que por un tiempo fue verde y el anhelado paraíso terminó pareciendo más un infierno, o en este caso un “infiernitos”.


Gracias al obstinado anhelo de muchos por habitar cada milímetro cuadrado de este barrio, la calle 140, arteria vial principal de Cedritos, parece una arteria del vicepresidente Angelino Garzón: congestionada y taponada. Esta mini avenida que, coincidiendo con el nombre del barrio que la acoge, está hecha en diminutivo aunque tiene un tráfico similar al de Google, sobre todo los sábados. Si el recorrido es definitivamente inevitable, encontrará en ella todo tipo de compraventas que convierten al diminutivo barrio en un caldo de cultivo ideal para el ladrón o los ladroncitos, casi siempre de poca monta pero de mucha actividad, principalmente en la Bogotá de Samuelalcalde.


La población cedriteña se caracteriza por reproducirse más que un arroz chino (a pesar de que uno coma por horas, una caja de este manjar seudooriental nunca disminuye su contenido), de lo contrario sería imposible explicar la cantidad de jardines infantiles que se han apoderado del sector. Pero para competir con los jardines, las peluquerías han comenzado una incesante carrera por establecer un local en cada una de las cuadras de Ceditros, y podría decir, sin temor a equivocarme, que se puede encontrar una peluquería y un preescolar por cuadra cedriteña.


En el ejercicio de rememoración, observación e investigación para hacer este texto, encontré que existe en Cedritos un equivalente a la torre de pisa, que se conoce como  “la torre inclinada de Cedritos”; por supuesto no fui capaz de constatar su existencia y espero nunca tropezar con esta “torrecitas inclinada” en aras de mantener la cordura.


A pesar de ello, Cedritos hace parte de mi adn, es una marca (o tara) que difícilmente se me borrará, como ser colombiano o javeriano, por eso consideré más que necesario sacar esto, para que el incauto lector sepa de una vez con quién se está metiendo y de paso para que en la red haya un rincón “diminutivo” en el que exista un rastro de lo que es vivir por estos lares.

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