lunes, 5 de septiembre de 2011

Ni amor ni amistad


Trato de ser un tipo cuidadoso con las palabras, por eso no ando diciendo que amo cualquier cosa, como dice ahora todo el mundo para todo. Así mismo no le digo amigo a cualquier hijo de vecino, y para mí ese dicho que dice que los amigos se cuentan con los dedos de la mano es una realidad. No soy una persona especialmente efusiva, pero trato de portarme bien durante todo el año con las personas que quiero y es por eso que el festejo en septiembre del “amor y la amistad” me resulta absolutamente vacío.


Obviamente siento amor por algunas personas y también tengo amigos, pero justamente ellos saben bien que no es necesario dar un regalo exclusivamente en septiembre, o de lo contrario no sentiría amor por ellos y no serían mis amigos. Es entonces que mi espíritu hippie sale a relucir y me lleva a pensar que eso del “amor y la amistad” es un argumento comercial para vender más cosas a gente que sólo compra porque sí o porque todos los demás también compran. Esto es impulsado por el comercio, que también se encarga de hacerlo sentir a uno como una cucaracha si no les regala nada a los “amigos” y a los seres que “ama”.

Con el pretexto del amor y la amistad, en septiembre se incrementa la recocha oficinera protagonizada los personajes que con su boca hacen ruido de voladores, que dicen que toca “hacerle el amor a la amistad” y que promueven el coro “que se lo ponga, que se lo ponga” o el muy parecido “que lo destape, que lo destape”. Aumenta también la venta de chocobrake, de porcelanas chambonas, de peluches de mirada tierna, de llaveros con la inicial del nombre, de billeteras Totto y productos baratos de Juan Valdez, además de otros objetos regalados para salir del paso en esa insoportable práctica del amigo secreto.

No sobra decir que cuando Recursos humanos o el líder de la oficina envía la invitación para jugar al amigo secreto, deja en el ambiente esa sensación de que todo aquel que no participe en esa actividad es un ser oscuro con corazón de piedra, que no quiere “pasarla rico”, que su vida es solitaria y amarga y que por lo tanto debe ser mirado con desconfianza por todos los demás y felices “amigos” de oficina.

Dadas las circunstancias, seguiré siendo un ser oscuro de corazón de piedra, me rehusaré, este año también, a desgastarme pensando qué comprarle a una persona a la que probablemente no quiera darle un regalo, a esa persona que posiblemente ha hecho difícil mi trabajo, o a aquella otra de quien a duras penas conozco su nombre. Seré de nuevo el que no juega al amigo secreto, primero que todo porque entre los que juegan eso dificilmente encuentro amigos y en segundo lugar porque no quiero presenciar nuevamente el derroche de impostada camaradería de septiembre, mientras que los otros 10 meses del año ni amor ni amistad.

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