jueves, 12 de mayo de 2011

El nazi criollo, aquí entre nos


Una edición reciente de la revista Semana, publicada en semana santa, puso a hablar a todo el país, pero a mi mamá y a mis tías las puso a hablar el doble, y eso es mucho decir. Uno de los integrantes de esta familia, más exactamente un primo-tío en segundo grado y de tercera categoría, apareció en primer plano alzando su mano mestiza, así como lo hacían en la Alemania de los cuarenta.

Este personaje que he visto aproximadamente 4 veces en mi vida, sin contar la foto de Semana, siempre aparecía para hablar sobre nuestros antepasados de la realeza española, para hablar maravillas de la obra de Franco en España, para mostrarle a los más ingenuos la rebuscada e inventada heráldica familiar y demás pretensiones que al parecer sólo le servían a él para convencerse de que podía algún día ser un comandante nazi, así significara encarnar el oxímoron de ser un nazi criollo. Después de muchos años su sueño se hizo realidad y ahora es el jefe honorario de unos rapados que probablemente, si Hitler viviera, ya estarían en alguna cámara de gas.

Lo que este personaje que se anda autoproclamando español (posiblemente porque por un tiempo vivió en la España de Franco), parece desconocer o ha decidido bloquear en su mente, es que su abuela decía, probablemente con un arribismo idéntico al que se apoderó de él, que eran descendientes directos del cacique Calarcá, cuyo nombre sirvió para bautizar la tierra en la que nació una rama de esta familia.

Fue Calarcá también la que vio nacer a militantes de la izquierda más radical, pertenecientes también a esta familia, personajes que por abrir la boca cuando no se debía alcanzaron a llegar al cantón norte para ser torturados, mientras otros con nuestra misma sangre ya habían visitado el Cantón norte pero para robar fusiles; al final terminaron viviendo en otros países para evitar ser abono joven para una tierra que siempre se ha regado con sangre familiar.

Mi generación y la de mis primos somos fruto de ese péndulo radical que toca la derecha más pretenciosa y la izquierda más obstinada, condición que compartimos con muchos de nuestra generación, quienes saben bien el fracaso de torpes fanatismos y de hecho lo han experimentado con relativa cercanía, como nosotros. Gracias todo eso somos parte de la generación “equis”, una generación desencantada y desidiosa que ya describió muy bien en una columna Ricardo Silva.

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