martes, 20 de marzo de 2012

De música siempre habrá algo que decir

 
Cuando recibí la invitación para escribir en este espacio, lo primero que se me vino a la cabeza es que yo no tengo ni idea de música y decidí entonces encontrar argumentos que justificaran mí presencia en Metrónomo. Para empezar, recordé aquellos tiempos a principios de los 90 cuando con pantalones cortos y corbatín rojo iba de colegio en colegio cantando el Ave María con el coro de primaria, pero la música en ese entonces no me marcó tanto como el recuerdo de un compañerito precoz que más que cantar se dedicaba a contar con lujo de detalles películas porno que veía con su hermano mayor.

Al pasar el tiempo, por ahí a los 13 años, debo confesar con más vergüenza que otra cosa, que salía a los recreos a desprestigiar con una guitarra barata Come as you Are y otras canciones “fáciles” de Nirvana, casualmente con el mismo amigo que años atrás en los recorridos del coro nos contaba las aventuras de Ginger Lynn. Y como si no hubiera sido suficiente nuestro granito de arena para el suicidio de Kurt Cobain, un par de años después, junto con unos bárbaros llenos de barros e igual de bozudos a mí, íbamos con descaro a cada fiesta que se atravesaba con una guitarra al hombro; en los peores momentos hasta nos acompañó un tambor que nadie sabía tocar, igual que la guitarra. Por supuesto, esta etapa de mi vida “musical” con los años no me parece menos que una pena casi inconfesable.

Dado que estas experiencias musicales son realmente vergonzosas y no tan enorgullecedoras como lo pintaban mis padres, lo único que me resta es remitirme a la música que ha acompañado mi vida y frente a la cual no hay mucho que opinar; fue así como se (de)formó mi oído. En mi casa el equipo de sonido casi nunca estuvo apagado y entre ese enorme cúmulo de sonidos, por cuenta de mi mamá me nutrí de Los Bukis, Trigo Limpio, Raúl Santi, Billy Pontoni, Rocío Durcal, José Luis Perales, Luis Miguel, Gloria Estefan y Miami Sound Machine, entre otros. Mi papá, que es un caleño que bien pudo haber sido un personaje de “Qué viva la música”,  era fanático de la salsa de los setenta más algo de rock y por cuenta de él siempre hubo discos de la Fania, Rubén Blades, Héctor Lavoe y The Latin brothers, así como los Beatles, Santana y hasta Kiss, por mencionar algunos. De la mano de mi hermano mayor conocí a Los abuelos de la nada, Los prisioneros, Hombres G, Los toreros muertos, Soda Stereo y luego Aerosmith, Pet Shop Boys, Roxette y Duran Duran, entre otros más.

Ya por fuera de la casa conocí a Nirvana, Los diablitos del vallenato, Aterciopelados, El general-a, Stone Temple Pilots, Rikarena y Proyecto Uno, Red hot Chili Peppers, Diomedes Diaz, Todos tus muertos, Blind Melon, Los fabulosos Cadillacs, Joe Arroyo, los Ramones, Sandy y Papo, Illya Kuryaki, Café Tacuba, Coolio y el vallenatero que quería ser un Miguel Angel con pincel en mano para hacer una Mona Lisa, entre muchísimos más que harían este lista interminable, pero que de una u otra forma estuvieron presentes en las busetas, en el radio, en una noche de retar a la salud con Tequimón o en una fiesta de 15 con cisne de hielo.

Esta lista obviamente ha seguido creciendo hasta hoy y, así como yo, seguramente cada persona está hecha de música y sonidos que le traen recuerdos, que lo remiten a otros lugares y momentos, que le traen de vuelta a las personas que lo han dejado, que son una catarsis, que le ayudan a ver el mundo de alguna forma en particular, que le sugieren posiciones políticas, que le despiertan admiraciones o que simplemente le hace la vida menos aburrida. Hasta un fanático de J Balvin y Mauricio y Palo de Agua tendría algo que decir, no propiamente acá, pero sí en La Mega o Los 40 principales, donde además si muestra alguna tara evidente podrá conseguir un trabajo como discjockey.

Es así como por invitación del mismo compañerito precoz que contaba películas porno en el coro y con quién profanábamos canciones de Nirvana vengo acá para escribir de gustos, pero sobre todo de disgustos, que es lo que más disfruto describiendo. Al carecer de una formación musical formal, es probable que mis disgustos estén posiblemente enfocados no sólo en sonidos, sino en todo lo que la música abarca, que es negocio, es conciertos, que es pose, que es fanatismo ciego, es estadios de fútbol, peleas reguetoneras con gas pimienta, es moda, es un man que se corta en sus presentaciones, otro que se quitó una costilla o uno que se cambió toda la sangre y muchos más mitos; que es payola, que es radio mediocre, que es radio semi-mediocre, que son disjokeys con deficiencias cognitivas, entre muchísimas más cosas que abarca el mundo de la música y que será mi insumo fundamental para aparecer por acá, esperemos que con regularidad y con por lo menos un lector diferente a mí mismo.

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