martes, 16 de diciembre de 2008

Alucinógena Navidad


Una nueva navidad ha llegado y para el infortunio de nuestros queridos lectores, que el año pasado ante la interesante reflexión que escribió nuestro querido amigo Frijulín se manifestaron con comentarios referentes a la amargura del autor o que "no tuvo infancia" y le sugerían que "si no le gusta Colombia pues váyase" y demás acotaciones llenas de indignación, volvemos con un comentario navideño sin amor, ni prosperidad, ni esperanza, ni ninguna de esas palabras vacías repetidas hasta el cansancio por estas fechas.

En esta ocasión mi motivación principal es la de referirme a las nuevas tendencias en decoración navideña. Recuerdo con algo de confusión, que en mi infancia me decían que si quería un regalo se lo pidiera al Niño Dios, que le escribiera una carta a él y que en la noche del 24 este infante bondadoso traería algunos de los regalos que yo le había pedido. Para ese entonces el pesebre gozaba de un gran protagonismo y era para mí casi una obsesión esperar a que fuera 25 de diciembre para encontrar al Niño Dios acostado por fin en su cunita miniatura.

Con el paso de los años y con más vehemencia últimamente, encuentro que la nieve, concepto desconocido por estas tierras y cuyo referente más cercano es el granizo que tapa la calle 26 en los cada vez más frecuentes aguaceros, se ha apoderado del fin de año con sus copos y sus muñecos. Resulta más que extraño que la gente busque desesperadamente muñecos de nieve, que en realidad son de icopor o de espuma, además de renos que tampoco tenemos en estas tropicales tierras de guacamayas y mariposas. Todo lo anterior sin mencionar el siempre protagonista viejo, barrigón y barbudo, que le ha metido un costalazo en la cabeza al niño Dios para ser ahora el único repartidor de regalos.

A pesar de ser figuras totalmente descontextualizadas en nuestras tierras, con el paso de las navidades se han vuelto más familiares que Melchor, Gaspar y Baltasar cuyos regalos (incienso, mirra y oro), poco aptos para un niño y además poco valorados en la actualidad, no les han ayudado mucho a tener buena fama. Es así como actualmente, aunque no deja de causarme curiosidad la constante presencia de renos y muñecos de nieve, ya estoy acostumbrado a ellos.

Sin embargo, esta nueva navidad llega con un reto para mi comprensión, que probablemente en algunos años pueda soportar aunque jamás comprender. Se trata de una inexplicable invasión de hongos, hadas, ranas, duendes y gnomos luminosos, todos ellos haciéndole competencia a los renos y muñecos de nieve. No logro comprender por qué estas costumbres celtas y nada navideñas se han apoderado de los centros comerciales de la ciudad llenando de colorido e insensatez  el mes de diciembre. No me imaginaría a un gnomo repartiendo un enorme barco pirata de Lego o un Xbox en su caja, pues aunque puede ser la versión enana de Papá Noel, sus diminutas manos sólo le permitirían traer sino pequeñas muestras de incienso, mirra y oro.

No quisiera pensar que los hongos responden a una motivación narcótica y alucinógena de un mundo habitado por seres diminutos, porque esto tal vez no tiene ninguna relación con las festividades de fin de año aparte de las incomprensibles y narcóticas tonadas de "alananitananananitaea". Sin embargo, como van las cosas, en algunos años no sería sorprendente que las atracciones para niños que van a centros comerciales en navidad sea personajes como un fauno o tal vez una pata-sola, porque con el ánimo de rellenar los epicentros del consumo navideño de una atracción que convoque a los niños, grandes consumidores por cierto, cualquier matacho alumbrado y con algo de movimiento es explotable en navidad.

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