En los últimos días del año que se va y los primeros del que llega, todos aquellos que no estamos de vacaciones o que nos quedamos, en mi caso en Bogotá, vemos como una ciudad normalmente caótica y ruidosa experimenta un éxodo casi bíblico que le da algo de chance a un tráfico no tan infernal –solo de purgatorio–, disminuye el ruido y la invasión de sonidos que usualmente nos atacan sin piedad se atenúa.
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