jueves, 22 de enero de 2009

La plaga amarilla de Bogotá

Que simpático resulta ver a Robinson Díaz en su papel de taxista alegrón y parrandero en la novela que protagoniza en el canal Caracol, así como hace varios años el gordo Benjumea personificó a un chofer de taxi, de características similares a las de Díaz, en la película El taxista millonario.

Son estos dos personajes la representación del imaginario que se tiene acerca de los taxistas, esos hombres que de manera muy amable trasportan a los ciudadanos afanados, que constantemente viven sonrientes, que además son consejeros de mujeres desesperadas y que además alegran los recorridos de los usuarios de los carros amarillos.

Pues queridos amigos, luego de más de dos años de ser usuario semanal del servicio de taxi, puedo afirmar con conocimiento de causa y sufrimiento en carne propia, que los taxistas de televisión o de cine son sólo eso, personajes de ficción. Lamentablemente la realidad de estos personajes es totalmente distinta y esos seres dispuestos a servir y siempre tan alegres y honestos es una completa mentira.

Sin una salida diferente a la de montarme en un taxi en horas nocturnas, he sido testigo de cómo el 98% de las veces estos conductores intentan robar al pasajero cobrándole siempre más de lo debido y las veces en que muy honestamente cobran lo que dice el imparcial taxímetro, resulta que este aparato aliado del pasajero ha sido alterado para marcar más de lo que debe. Si alguna de estas dos situaciones no se dio o incluso si se dio, los taxistas aprovechan, si el incauto usuario no conoce la ruta, para hacer un recorrido más largo que les permita sacar una mayor tajada del ya desangrado bolsillo de su víctima.

Además de terminar con el bolsillo afectado, el pasajero sale con las lombrices estomacales borrachas a causa de la forma de conducir de estos personajes, quienes no tienen reparo alguno en hacer cruces prohibidos, pasar semáforos en rojo o hacer las contravías que se les antoje.

Frente a estos abusos qué mala idea es protestar o intentar pelearles a estos personajes, porque ahí sí salen a flote hermosos valores como el de la solidaridad de gremio, pues en un solo segundo los 35 mil carros amarillos de Bogotá llegan al lugar que sea para impedir que su estafa al indignado usuario llegue a un feliz término.

Y como si lo anterior fuera poco, esta mafia que cobija a Bogotá es prácticamente intocable, pues cuando creen que deben protestar por algo o están inconformes frente a alguna medida en beneficio de la ciudadanía, tienen la capacidad de inmovilizar por completo a la ciudad sin que nadie pueda hacer mucho para evitarlo pues ellos son los dueños de las calles.

No puedo dejar de pedirles disculpas a los 2 taxistas (a pesar de que uno de ellos, a juzgar por el aroma, no ha lavado su carro desde hace más de 30 años), de los 288 ratero-taxistas que describo en este texto, quienes realmente no intentaron cobrarme más de los debido.

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