martes, 15 de abril de 2008

Al Pacino no es nadie


Aquel día en el que como es usual me dirigía al trabajo en un bus de incómodas sillas, con Tropicana a todo volumen y con una terapia de cuello un poco agresiva para mi gusto gracias a las fuertes frenadas del conductor, se montó una mujer a dar su discurso a los pasajeros. Todo muy normal para mí, un usuario habitual del transporte urbano. Un día como cualquiera.

De repente la mujer estallo en un llanto que trataba de controlar para poder continuar contando su historia, hecho que me llevó a ponerle atención a lo que decía, a pesar de que nunca lo hago. Esta mujer que vestía ropa limpia, tenía buenos modales y una apariencia aseada, comenzó a decir que su madre estaba muy enferma y que requería una urgente operación para salvar su vida. Para poder someterse al procedimiento quirúrgico de extrema urgencia, le faltaba algo así como cien mil pesos, lo cual motivó a la mujer a montarse en los buses para recoger el dinero que le faltaba.

Una vez terminó la historia, el público conmovido no se abstuvo de ayudar a la pobre mujer para que pudiera salvar a su moribunda madre. Mi camino continuó como de costumbre pero con la idea de lo difícil que puede ser una situación como la de la mujer que minutos antes se había subido al bus.

Días después, cuando ya había borrado de mi memoria el episodio de aquella pobre señora que tenía a su madre enferma, me encontraba de nuevo en un bus y de repente se subió la misma mujer que días antes había visto. El discurso fue el mismo y el llanto también. Mi mente retorcida me introducía ideas extrañas que intentaba eliminar de mi cabeza pensando que tal vez el dinero aún seguía faltando para operar a la madre de la mujer. Aún así volví a olvidar el suceso, hasta que meses después la mujer volvió a subirse al bus en el que yo iba. Todavía le faltaban los mismos cien mil pesos y el discurso era copiado de los dos anteriores.

Inmediatamente supe que la señora tenía una rutina de actuación muy bien montada para generar lastima y ganar la colaboración de los pasajeros de los buses. Pero esta actitud, que yo pensé que era excepcional de una mujer descarada, se repitió hace pocas semanas cuando caminando por la calle un aguacero comenzó a caer cerca del lugar donde trabajo.

Allí un anciano que pide limosnas con voz y cara de sufrido, el cual se apoya en unas viejas muletas y que tiene muchas dificultades para caminar, al sentir las gotas de lluvia en su cabeza, agarró las muletas, se las metió debajo del brazo y comenzó a correr más rápido que Marion Jones. En ese momento pensé en dos posibilidades: o esta lluvia es milagrosa, o este viejo es un mentiroso. Me inclino por la segunda opción, porque después de la mojada que me metí ese día el efecto fue el contrario¿una gripa de los mil demonios.

Ese par de sucesos, me permitieron pensar que en este país muerto de hambre ya todo el mundo se vale de cualquier estrategia para superar el desempleo y la falta de plata, sin embargo, creo que una mejor y más honesta forma de hacerlo sería montando un gran teatro callejero en el que todos esos actores que juegan con el buen corazón de las personas desplieguen sus mejores dones de actuación.

Es por eso que (como está de moda) convoco a una marcha para el 6 de mayo en la que saldremos con camisetas que dicen: No más mentirosos limosneros. No más engaños. Si al teatro. Vamos por otra nominación al Oscar. Recambio en la tv. Que chimba los aguaceros milagrosos.

Espero que nuestros amables lectores nos apoyen en esta manifestación que dentro de poco convocaremos por el omnipotente facebook.

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