martes, 22 de abril de 2008

Herbalifeanismo

“Quiere adelgazar, pregunte cómo” es una de las frases que lentamente se apoderan más y más de la ciudad. Y no es en los grandes medios a través de la publicidad, no es en vallas, no es en correos electrónicos: es en carros particulares y en botones que cargan algunas extrañas personas.

Todo esto se trata de Herbalife, una misteriosa empresa que para mi resulta más parecida a una religión, una cofradía o una secta, pues al parecer el adoctrinamiento de quienes allí trabajan, es tan fuerte que, a modo de máquinas, estas personas borran de su mente cualquier pensamiento o idea que no sea vender productos de su empresa.

Todo comenzó un sábado como cualquiera en el que me encontraba en un almuerzo familiar, celebrando un cumpleaños donde todo el mundo comparte, hace chistes, se toma uno que otro trago y ya. Sin embargo, ese mismo día, una extraña mujer invitada al festejo llegó con un botón pegado en la solapa que decía la mágica frase: “Quiere adelgazar, pregunte cómo”.

Al parecer en el lugar los gorditos estaban a gusto con su masa corporal o nadie se percató del botón que portaba la mujer. Yo, que ya conocía a que se refería ese botón, me sorprendí del adoctrinamiento de los vendedores de dicha empresa pues hasta en su vestuario llevaban consigo el recurrente pensamiento de que hay que vender, vender, vender, sólo vender.

Pero cuando pensé que su instinto vendedor no pasaría a mayores, a la hora de la despedida la mujer soltó toda su historia del pasado cuando le decían la gordita, sacó su foto de adolescencia con algunos kilos de más, y empezó a ponderar las bondades milagrosas de Herbalife, el producto mágico que había cambiado su vida. Así como hace el siempre simpático y apuesto Mauro Urquijo en las televentas.

Qué pesadilla todo el discurso inútil de la señora, los gorditos del lugar al parecer querían tirarla por la ventana, pues comenzó a parecerse a aquellos mendigos que se acercan al lugar en el que uno está comiendo a pedir limosna. Los conocidos de la mujer ya sabían qué esperar pero los que no sabíamos quién diablos era, aspirábamos a no volverla a ver jamás.

Lo más triste es que si no la encontramos a ella, algún otro día tendremos que ver a otro adoctrinado herbalife que quiera vender de cualquier forma sus productos, así como los fanáticos religiosos quequieren convertir de puerta en puerta al resto del mundo pecador.

Probablemente todos los integrantes de la secta herbalife vivirían más felices con unos kilitos de más pero con menos pensamientos culposos frente a la comida y obsesivos sobre la importancia de vender y vender y sólo vender.

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