martes, 3 de junio de 2008

Sólo en el país de las maravillas hay pensionados


Hace algunas semanas un hombre desesperado que, en un espectáculo televisivo en vivo y en directo, se tomó las oficinas de Porvenir en el centro de Bogotá motivado por el desespero de las deudas y del hambre a causa de una pensión negada por parte del ejército, me permite continuar una historia ya contada por el más representativo escritor colombiano, Gabriel García Márquez.

Alrededor de este caso se generaron muchos debates paralelos al hecho en sí mismo, como el cubrimiento televisivo y la censura de la Comisión Nacional de televisión o el contenido del documento allí leído, su paradero final y la ‘responsable’ decisión de RCN de no publicarlo, debates tal ves más trascendentales pero que no me interesan en este momento.

Este hombre denunciaba, principalmente, que luego de no se cuántos años sirviendo al ejército nacional y sus “creativas” estrategias para garantizar el orden en el país, ahora no tiene dinero para vivir y él aspiraba que le pagaran una pensión que recompensara todo lo que tuvo hacer para obedecer a sus superiores.

El problema de la pensión negada se hizo visible gracias a una explosiva estrategia, pero desde hace muchos años hay muchos veteranos de guerra con los estómagos crujientes por el alimento que nunca llega. Nuestro premio Nobel en su libro Vivir para contarla, narra dos episodios iguales en dos épocas distintas; una muestra clara de que en nuestro amnésico país todo se repite de generación en de-generación.

Primero fue el mismísimo abuelo del escritor, el coronel Nicolás Márquez quien murió esperando una pensión por sus años de servicio al país a comienzo del siglo XX. Este hombre se dedicó a esperar, como muchos otros soldados de su época, sin hacer ningún tipo de protesta y confiando en la buena fe de sus superiores.

Luego, 50 años después, García Márquez habla de un hombre que le hizo recordar a su abuelo porque tuvo que empeñar las condecoraciones que recibió en la guerra de Corea, pues no tenía ni un centavo para comer mientras esperaba una sencilla pensión, lo mismo que todos sus compañeros que pelearon una guerra ajena para complacer los intereses de quien sabe quien.

Con seguridad, el Nobel colombiano de nuevo recordó a su abuelo en el último episodio del hombre de la granada. Con seguridad García Márquez estará pensando en un final para esta historia que comienza con un primer des-pensionado (el coronel Márquez) que esperó pacientemente, el segundo se vio obligado a empeñar condecoraciones, el tercero utilizó rehenes para presionar, y si llega un cuarto es probable que estalle una bomba para recordarle al ejército que debe cumplirle a sus ex empleados.

Esta es una señal clarísima del destino que tenemos los colombianos, la pensión es como una utopía de lugares imaginarios de cuentos fantásticos, porque en esta realidad, como lo mostró Noticias UNO el fin de semana pasado, hasta un anciano de 83 años que ha trabajado toda su vida como cartero (así como Jaimito el cartero) espera una justa pensión que nunca llegará. Lo peor es que el pobre viejo no conoce nadie que le preste una granada para ver si se hace sentir en vivo y en directo.

Y para resumir la reflexión anterior (como dice un “reconocido” blogger) una frase de mi abuela: “Así le paga el diablo a quien bien le sirve”.

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